El futuro es nuestro
Raúl García Sangrador
Es maestro en la Universidad de Querétaro. Su padre lo inscribió en sus primeras clases de pintura de niño que odiaba pero desataron su curiosidad, ya adolescente se iba de pinta a la Ciudad de México para ver museos y galerías. Habla en sueños con sus amigos perdidos, y los retrata para convocarlos.
En una jaula está Peter, una cotorra que llegó herida y adoptó a Raúl, son compañeros, sobrevivientes de sus propias batallas.
PINTAR LA VIDA Y LA MUERTE
Llegué solo de Querétaro, no conocía a nadie en el D.F. cuando fui a estudiar a la UAM-Xochimilco, y entonces empecé a hacer amistades con las que me sentía completamente identificado, que era la comunidad homosexual en la Ciudad de México. Al principio nos hicimos buenos amigos y después se hicieron mi familia, nos habíamos elegido mutuamente, vivíamos juntos, compartíamos gastos y nos cuidábamos entre nosotros. Fue esencial para entender que yo tenía mucho que decir de lo que ocurría en la comunidad homosexual en el D.F., y lo que a mí me ocurría. El más grande compañero, que era el que cuidaba, el que ponía más dinero, que era el patriarca de la comunidad, la primera vez que lo vi era muy guapo y de pronto empezó a cambiar de una manera muy extraña; empezó su metamorfosis por el SIDA. Eso fue fundamental porque decidí que era muy importante que mi pintura hablara de eso que nos estaba pasando. Porque así como él empezó a morir, después todo el mundo se murió. Soy un sobreviviente de una familia que tenía, no sé, diez, y quedamos dos, por decirlo así. Por terrible u horrorosa que sea la historia siempre debe sobrevivir alguien para contarla.
LA FIGURA MASCULINA COMO DENUNCIA
Es un holocausto silencioso. Llegó el momento en el que dije: ¿por qué tengo que guardar silencio? Sería un error, es dañino para la sociedad, para los que viven con el problema, o que viven cerca de personas que tienen SIDA. En mi pintura, la cuestión del desnudo, de la figura masculina, del homoerotismo es la esencia de mi trabajo. Claro que también no fue muy bien recibido. Es hasta la fecha muy doloroso pero es algo que había que hacer. Hace un par de años se armó un escándalo mediático porque presenté aquí en Querétaro un autorretrato como enfermo de VIH, El Enfermo de SIDA. El ejercicio visual era sencillo: ponerme en los zapatos de alguien en fase terminal y representarme con cierta delgadez. Al principio lo quitaron, que cómo era posible que ahí hubiera un pene; lo pinté arriba de mi cabeza y hablaba de mi homosexualidad. El cuadro trataba de una enfermedad y todo lo que hay alrededor. Al final el cuadro cumplió su cometido porque la gente empezó a ver de qué se trataba. Hasta la fecha es algo que ocupa mi mente en gran medida. Siento que todos estos compañeros siguen aquí, que hablo a nombre de ellos y que hay ocasiones en que ellos me hablan.
EL ELEMENTO FUEGO EN EL MURAL DEL MILENIO
Estas figuras representan a dos de los muchos amigos que han muerto por esta enfermedad. Son personas que están cerca de mí, que hablan conmigo; la generación a la cual pertenezco. Tenemos algo común, algo que está en todos nosotros: es que nos cuesta pensar en el futuro. Por muchos años pensé que iba a morir muy joven, casi como todo el mundo que se murió joven. Muchas decisiones que tomé en la vida fueron pensando en que iba a morir pronto, en que no había mucho tiempo. Incluso, dedicarme a la pintura fue muy emocionante. Dije: me voy a lanzar, no me importa. Sigo aquí, no me he muerto y estoy bien, sigo sano, me da mucho gusto poder tener esta situación de vida. Ese papelito dice el futuro es nuestro porque es la suma de todos los que no están y que han formado parte de mi historia. De hecho, es mi mano el espejo. A ellos les ofrezco mis planes para el futuro, los invoco, si yo me pongo frente al cuadro es un espejo y cada vez que yo pongo mi mano aquí, los invoco y me da mucho gusto saber que siempre ellos están aquí con nosotros, conmigo. Es el Fuego del amor, del cariño, del recuerdo, de la pasión, de la emoción de haberlos conocido y que en realidad si no hubiera entrado en contacto con ellos yo sería radicalmente otra persona, hubiera tomado otras decisiones, vería el mundo de otra manera.
El SIDA fue una epidemia social, la peste de los prejuicios y la ignorancia que condenó a muerte a millones de personas. Contagiarse del síndrome de inmunodeficiencia adquirida fue para los verdugos de la falsa moral la oportunidad para castigar, estigmatizar y marginar. Raúl García Sangrador fue testigo de la muerte de sus seres queridos y decidió hacer de su pintura un grito, una denuncia. Estudioso del desnudo masculino, en su obra la austeridad del cuerpo es símbolo, no es un hombre, son todos los hombres. El elemento Fuego es el alma de los que murieron, es la llama de la memoria que emana de ellos, los mitifica, son los héroes de su tragedia.
Óleo y diamantina sobre lino
173.7 x 133.9 x 7 cm
2015