José Luis Romo

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José   Luis Romo

Nació en Chilcuautla, Hidalgo en 1954. Terminó la secundaría y emigró a la Ciudad de México para estudiar ingeniería, subsistía con la venta de vajillas y aparatos de casa en casa. Un día sin dinero para el tranvía tocó la puerta que cambiaría su vida, de ahí surgió un trabajo con un marquero y más tarde el encuentro con su maestro. Actualmente vive en Querétaro, y realiza esculturas con pencas de maguey que después lleva al bronce.

Quote Nos casamos con la muerte, y la muerte es vida eterna.

ANTE UN CADÁVER

(Fragmento)


¡Miseria y nada más! ¡Dirán al verte
los que creen que el imperio de la vida
acaba donde empieza el de la muerte!

Y suponiendo tu misión cumplida,
se acercaran a ti, y en su mirada
te mandaran la eterna despedida.

 

Manuel Acuña


Óleo sobre tela

144.5 x 114.5 x 7 cm

2014

En su cuerpo de obra hay una investigación acerca de nuestras raíces, ha retomado símbolos y creado otros para configurar su estilo. Mitología real y ficticia conviven en su obra.

EL MAESTRO DEL INICIO
Dos cosas muy importantes: primero tuve la formación, los consejos y la guía por veinticuatro años del que fue mi maestro de historia, de pintura, mi padre, mi psicólogo y mi guía de todo, es el maestro Gunther Gerzso. Una de las enseñanzas importantes de esta escuela, porque fui su ayudante, me decía que no hay ver del otro lado del charco, hay que observar nuestro entorno, México está repleto de un enorme bagaje cultural que no hemos descubierto del todo. Segundo: soy de origen indígena, soy otomí orgullosamente y en todo el desarrollo de mi niñez hay una enorme simbología, una riqueza cultural que se refleja en esta producción de treinta y tres años.

INFANCIA Y ARTESANÍA
Todos los niños de mi época, hace sesenta años, teníamos que trabajar y contribuir con el ingreso económico de nuestras familias, y los otomíes en su mayor parte vivíamos de la artesanía, ya sea tejiendo la fibra del maguey, que son los ayates, bordando, haciendo las sonajitas o la cestería. Los niños se encargaban de traer la penca del maguey para que los adultos la machacaran y sacaran la pulpa y quedara la fibra. Los niños arrancábamos las plumitas de las gallinas y las pintábamos con anilina. Desde ahí empiezo a combinar un color con otro color, que son de tierras, y los materiales. Combinar los colores lo traigo desde mi origen como artesano, es ahí donde me voy involucrando poco a poco en el arte, y años más tarde me hago pintor.

CREAR A PARTIR DE LAS RAÍCES
Creo que muchos grandes pintores, si hablamos de Chagall como pintor europeo, si hablamos de Toledo, de Tamayo, de Gunther Gerzso, observan su entorno. La obra de Gunther Gerzso, y sus esculturas, tiene que ver con las zonas arqueológicas de México. El maestro Tamayo, todo su colorido tiene que ver con la pintura prehispánica. Toledo con Juchitán, sus animales. Chagall lo mismo, la religión, los animales, el burro, los gallos, etc. Yo seguía estudiando y aprendía de ellos observando la pintura, pero no hago ‘toleditos’, ni hago ‘tamayitos’, tomé esa parte cultural de mi origen otomí, esa simbología que tiene que ver con la cultura prehispánica.

MANUEL ACUÑA Y JOSÉ LUIS ROMO ANTE UN CADÁVER
Los seres humanos le tienen miedo a la muerte, y no concibo cómo tenerle miedo porque es algo ineludible. Nos aferramos a la vida y creemos que es eterna, y cuando se muere alguien nosotros lo concebimos como algo doloroso. Me acostumbro a mi mujer, a mis hijos, a mi madre, pero debo de pensar que esa costumbre es momentánea. La vida eterna viene inherente a las diferentes religiones y es la muerte. Nos casamos con la muerte, esperamos un matrimonio con la muerte, y la muerte es eso, vida eterna. No hay vuelta, no hay otra. Cuando leí a Manuel Acuña, Ante un cadáver me encantó, y lo vuelvo a plasmar en este cuadro.

ANÁLISIS DE LOS ELEMENTOS DE LA OBRA
Primero mis raíces, el maguey y sus espinas con las que nuestros antepasados pinchaban las uñas de los niños para hacerlos llorar y ofrecerle al Dios Tláloc esa sangre para que lloviera y hubiera agua. Después, el agua viene de unas montañas semidesérticas, áridas, todas pelonas. La vida a la que nos acostumbramos, es la vida que nos da la madre tierra por nuestra mano, y de ahí surge esta mano que es el deseo de vivir, y la mano la simbolizo la fuerza, la petición, porque con mis manos hago todo: pinto, trabajo, escribo. Aquí pinté a la barrera, el miedo de brincarla hacia el otro lado, que podría ser la muerte. Y los muros que todo ser humano trae. Cuando nacemos viene el dolor, el niño sufre el cambio de ese ambiente tan cómodo que es el vientre de nuestra madre, ese líquido maravilloso que nos da una temperatura muy cómoda. Cuando abandonamos ese cuerpo, nos enfrentamos a un mundo nuevo, esa barrera y ese dolor son los muros, se convierten en traumas y esos muros todos los días los seres humanos los vamos tirando y vamos avanzando.

   
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