A la mesa
Miguel Ángel Garrido
Alumno de José Ignacio Maldonado en el Instituto Allende en la carrera de Artes Visuales. Nació en 1982 en la Ciudad de México. Es adicto a la observación del Otro, del que posa, del que vive a su lado. Se interesa por la filosofía, el cine, la estética y habla con pasión de su trabajo. En su casa-estudio convive con sus dos perros que posan con una paciencia que seguramente están consientes de la trascendencia de ese momento.
Su estudio en San Miguel de Allende, Guanajuato, tiene las paredes pintadas con la pintura que limpia de sus pinceles. Un mural que se asemeja a los fondos de sus obras.
JUGUETES OLVIDADOS
Empecé pintando muñecas, eran muñecas abandonadas, puedes ver aquí en el estudio que aún tengo algunas. Hace tiempo hicimos una limpieza en la casa de mis papás y encontramos las muñecas de mi hermana que es cuatro años más grande que yo. Las empecé a colgar en la ventana, en mi adolescencia, yo sabía que era como siniestro. Cuando empecé en la especialidad ya estaba decidido por la pintura, y se me hizo muy natural pintar muñecas; por el rollo anatómico, siniestro y por la naturaleza muerta que pudiera quedarse ahí y que yo pudiera desarrollar. Lo hice de una manera muy convencional, realista, y para estudiar el movimiento, el cinetismo, entonces de ahí surgió el interés por la piel, empecé a pintar con modelos, y me topé con la cuestión de las imágenes eróticas.
INTIMIDAD Y TRANSGRESIÓN
Trabajé reproduciendo imágenes sacadas de la prensa, amarillistas, hice una serie que se llamó Vorágine en blanco y negro o con colores. Noté la cinematografía de las escenas, y encontré en la cámara fotográfica una posibilidad de hacer cosas que al natural jamás hubiera podido: desde un salto de un guerrero samurái, hasta un ademán de alguien que no se dio cuenta de que lo hizo. El accidente de la escena y el accidente cromático. Me convertí en un espectador de mi propia vida, un voyeurista, soy yo viéndome como un francotirador de mi propio entorno, de mi propia cotidianidad. Lo que no me imaginé cuando empecé a pintar este tipo de escenas cotidianas y familiares es que también iba a ser trasgresor con la gente. Es trasgresor porque el espectador piensa: “a mí qué me importan tus papás”.
RESPETO POR LA PINTURA
Definitivamente me siento un eslabón en una cadena. Me encanta ver para atrás en el arte y descubrir tantos grandes maestros, por eso le tengo enorme respeto a la pintura, por eso cuando la conocí a profundidad dije: “no necesito cine”, esto es lo que tengo y esto es lo que yo debo llevar más allá. Tal vez en el futuro, si me surge alguna buena idea que quisiera llevar al cine, ya será otra cosa. Ahora me gusta mucho la idea de ahondar en la intimidad y en esas cosas que me tocan.
UNIDOS POR LA PIEL
Me emociona la pintura de Freud, y la de Walter Sickert. La de Sorolla, es un ver sus cuadros y querer abrazarlo, y decirle: “te entiendo”. Vi en vivo un Rembrandt y observé cómo pinta la piel, es que… el problema de la piel es un problema exquisito, y cómo lo aborda cada quién para resolverlo. Es por ahí donde conecto muchas referencias, que no quiero hacer evidentes porque sé que respiran ahí, son innegables y no me molesta, al contrario me siento ligado, me encadeno a todos ellos y digo “bueno, esto también me gusta”.
INTIMIDAD Y DESNUDO
Pintar a los demás desnudos o con ropa es la misma intimidad explícita. El que estemos elaborando un cuadro es una convivencia que a mí me parece muy bonita, muy conmovedora para las dos partes, tanto para los modelos como para mí. Con el paso del tiempo, con mi trayectoria, con mis exposiciones, es más fácil para mí encontrar gente por la que siento estima y que puedo pedirles que posen sin que tengan problema para hacerlo, y no me pidan nada a cambio, porque sabemos que ahí está el intercambio, en esa parte. Trabajar en sesiones de tres o cuatro horas genera en el cuadro una impronta de intimidad. Cuando trabajas algo en donde no está tu corazón, no puedes ni siquiera ofrecer lo que ellos están viendo.
LA INTIMIDAD EN EL MILENIO VISTO POR EL ARTE
Todo puede cambiar, sin embargo esta escena dudo muchísimo que cambie. Tres generaciones conviviendo en una misma mesa, me parece que es atemporal. Podrá pasar muchísimo tiempo y esta célula estará tan viva como hace cien años y lo estará dentro de cien años.
A la mesa
Esa reunión familiar, es un evento suspendido en el tiempo, está dentro de la memoria de alguien, es un recuerdo que huye y regresa, que se difumina con la recreación. La vida va, las personas cambian y regresaremos a una mesa, a compartir una comida, una tarde con nuestros seres amados. Miguel Ángel Garrido encierra a este instante, entra el día verde, con una ventana al sueño, la conversación entre rumores, la risa que se esparce queda. La escena sucede cíclicamente, la cada vez la retomamos y la hacemos diferente, le aportamos algo, para que el instante sea revalorado. Nostalgia de la sencillez de la vida, nos dimensiona la tragedia de la pérdida, cuando queremos recobrar algo mínimo, vemos lo importante que ha sido.
Óleo sobre tela
133 x 130 x 4.5 cm
2012